Hagamos de lo obvio algo explícito

En mi adolescencia ser obvia era un insulto. Decían… decíamos “que vieja tan obvia” “que man tan obvio”, nos referíamos a que se le notaban mucho los sentimientos, la atracción hacia otra persona. Lo obvio era despreciado. Mejor parecer desinteresada, mejor ocultarse en una máscara para ser bien vista, ¡antes muerta que sencilla! Antes muerta, que obvia.

No era sólo una cuestión de amores adolescentes, hablar de lo obvio, de lo evidente era ¿o es? castigado por maestros y adultos que le daban más relevancia a la palabra rimbombante, a la idea encrucijada, que a la simpleza de lo obvio. A veces recuerdo la historia de un niño (hoy es un tipo famoso, del cual no recuerdo su nombre) que le dijo a su maestro “¡Mira! América del Sur y África encajan perfectamente, seguro que alguna vez estuvieron unidas”. La reacción del maestro fue represiva y humillante, eso TAN OBVIO no tenía sentido.

¿Pero qué puede ser mejor que estar en una clase, escuchar la lección, ver letras, números y dibujos en un tablero y pensar ¡claro, era obvio!? Esa sensación deliciosa de alivio porque todo encaja, acompañada de una sonrisa delicada, casi imperceptible que sale de los ojos. Esa sensación de lo obvio.

Pareciera que en nuestra cotidianidad nos empeñamos en obviar lo obvio. Estamos tan embebidos buscando descifrar el acertijo constante, que la claridad y sencillez de lo que nos rodea se va haciendo cada vez más ajeno y sobre todo más despreciado. En la adultez todo empeora, hacer preguntas en reuniones… ¡no! ¿qué tal si es algo obvio? Poner un título sencillo a un documento ¡Ay no, se va a ver super obvio! Hasta organizar carpetas en un archivo se ha complejizado, logrando que pierda ese sentido de lo obvio.

Seámos obvias y hagamos de lo obvio algo explícito, para sonreir y que los ojos se nos pongan chiquitos.

*La ilustración preciosa es de Carlos Higuera para el libro Alicia en el país de las maravillas.